Sister Juanita Villarreal y su experiencia en México
Una oración no podía faltar durante esta gran experiencia de cultura y fe en México.
Rocío Rios
Para Sister Juanita Villarreal, vivir en México ha sido una de las experiencias de su vida. Ella tuvo la oportunidad de viajar a este país que es el que envía la mayoría de inmigrantes que asisten a la iglesia católica que ella ha servido por varios años en Oregón. Por eso, su viaje a México entre el 14 de septiembre de 2010 y el 14 de julio de este año, ha sido una experiencia única.
En entrevista con El Centinela Sister Juanita compartió su experiencia. “En primer lugar viví en la capital del estado de Zacatecas que lleva el mismo nombre, Zacatecas. Estuve allí desde el 14 de septiembre hasta el 27 de diciembre en el convento, la Casa Central, con las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús y Santa María de Guadalupe. Yo me involucré como maestra de Inglés en el Instituto Sebastián Cabot donde asisten más de 1.000 alumnos entre primaria y secundaria”, explicó.
El segundo lugar también fue interesante. “Fue en Irapuato, Guanajuato y viví con las Madres Mínimas de María Inmaculada en un asilo para ancianitos. Como nosotras, mis Hermanas de Santa María de Oregón, tenemos un asilo y yo quería saber cómo era la experiencia. Me quedé con ellas por un mes. Luego me invitó el doctor, Padre Félix Castro Morales y su equipo pastoral para vivir y trabajar en la parroquia, Nuestra Señora de la Soledad. Ellos me enseñaron un sistema llamado S.I.N.E. (Sistema Integrado de la Nueva Evangelización)”.
El tercer y último lugar fue en Huanusco, Zacatecas, al sur del estado. “Fui invitada por el Monseñor Antonio Soto, Vicario de la Vida Consagrada, y el Obispo Carlos Cabrero Romero de Zacatecas para ayudarle al Padre Jesús Guerrero, en Huanusco con la evangelización de los migrantes. La mayoría de la gente de Huanusco conoce los Estados Unidos o tienen parientes viviendo en este país o ha sido abandonada por su pareja que se fue a los Estados Unidos y jamás regresó. Huanusco nunca ha tenido religiosas en su parroquia. Una señora feligrés me ayudó a buscar un apartamento en el pueblito y yo viví sola—rodeada por gente muy linda y generosa”.
Al recordar la experiencia de vivir en México, ella dice que es “un mundo diferente. Hay mucha gente que tiene todo lo que yo tengo en este país, pero aún así es diferente. En la vida cotidiana, por ejemplo, muchas veces uno no tiene máquina para lavar ni secar la ropa, o para lavar los trastes. Uno va al mercado todos los días para comprar los ingredientes para la comida. En unos lugares no hay señal para el teléfono celular ni el Internet”.
“El sistema de transporte puede ser un poco peligroso, llenan los “combis” con más gente que la capacidad permite. Muchas veces no hay lo que uno busca y quizás no lo habrá por muchos días”, reiteró.
Hablando de su experiencia con la comunidad católica, ella dijo que allí la gente es “mucho más devota, sencilla, ‘ardiente’ en su corazón (los templos no proveen misales ni libros de música) y la gente reza las oraciones y canta las canciones sin libros. Celebran las fiestas sagradas con gran sacrificio…muchas flores, banderas, velas y listones, etc. sin fijarse en los gastos”.
Al ver la experiencia en general y recordar su trabajo con los católicos hispanos en sitios como la iglesia San José en Salem y otros lugares, ella compartió que “una de las cosas que oigo aquí es que cuando es Adviento o Cuaresma, por ejemplo, en el pueblo no se nota diferencia ninguna. Como todos no somos católicos, no vemos procesiones o tiendas cerradas o nada diferente. El mundo sigue igual que cualquier otro día de la semana. Por ejemplo, en anticipación a la fiesta de Navidad el pueblo aquí empieza a vender comercialmente cosas navideñas en octubre o noviembre, pero no para otras fiestas católicas”.
Cuando ella recuerda qué fue lo que más le impactó dijo sin duda que la gran devoción de las personas. “Celebran las fiestas o cumplen con los preceptos de la Iglesia. También vi la manera con que se resignan a vivir sin el marido que los abandonó o a vivir con enfermedades, si no tienen dinero para el médico. La gente de los ‘ranchos’ demuestra gran fe porque se ponen a preparar la tierra para la siembra sabiendo que no ha llovido desde hace siete meses, pero que Dios nunca los ha abandonado. Unas familias no tienen estufa ni agua purificada pero aun así viven tratando de ser felices con lo que tienen”.
El Centinela.¿Cómo describe el rol de la iglesia en México?
Sister Juanita. Yo no sé si el rol de la Iglesia es tan diferente al que yo conozco. La notaria de la parroquia muchas veces trabaja sin computadoras o en lugares muy pobres pero tienen que mantener los records y todo lo demás igual que aquí. En mi opinión y lo que ví, creo que los sacramentos se pueden celebrar con más frecuencia que aquí y con menos “peros”.
E.C. ¿Es igual a la iglesia aquí con los inmigrantes hispanos?
S. J. V. Creo que la resignación es más grande con los que trabajan en la Iglesia, cuando de repente los feligreses no están o no cumplen con su obligación porque se van a trabajar a los Estados Unidos. Aquí yo recuerdo que yo me turbaba toda cuando alguien no estaba porque se habían ido a México de emergencia, etc. En México pueden “dar la vuelta” y seguir adelante fácil.
E.C. ¿Cuál fue su mayor aprendizaje?
S.J.V. Fue la gran necesidad del “protocolo”. Uno puede ser pobre pero debe tener gran respeto y seguir las reglas del protocolo.
E.C. ¿Cuál fue el objetivo principal de su viaje?
S.J.V. Mi comunidad, las Hermanas de Santa María de Oregón, me dieron permiso de ir a México para investigar y explorar maneras para una mejor relación, para intercambiar ideas, para aprender a evangelizar los migrantes de México aquí y tener un mejor enlace entre la Iglesia en México y las Hermanas.
E.C. ¿Cómo le fue con su español y la comunidad allá?
S.J.V. Mi español es horrible pero la gente perdonaba muy fácil mis errores. Ellos me enseñaban o me corregían con amor. Les daba mucha alegría explicarme sobre cosas que para mí eran extrañas: como frutas u otras comidas. Me ofrecían las cosas con gran gusto para que yo aprendiera.
E.C. ¿Cuénteme una experiencia inolvidable del viaje?
S.J.V. Una vez fui a casa de una señora que tenía a su marido muy enfermo. Él no había comido por un mes. Ella pidió al sacerdote pero él no estaba. Una señora me llevó a la casa del enfermo y las dos rezamos con la mujer. A mí me gusta cantar así que cantamos y rezamos el Santo Rosario. No llevamos al Santísimo porque el párroco no estaba y no teníamos la llave para el tabernáculo. El siguiente día la esposa nos informó que su marido había tomado un poco de Ensure y que se sentía mejor. Nos informó que había sido un “milagro”.
Otros milagros fueron cuando ofrecí un día de retiro antes de Pentecostés y tres días de conferencias sobre la Santa Eucaristía (para el “Jueves de Corpus”) y asistió mucha gente y muchos jóvenes.
E.C. ¿Usted quiere regresar en septiembre?
S.J.V. ¡Claro que sí! Porque Dios nos llama a compartir la Buena Nueva con todos. Hoy con la lectura sobre Rut y su suegra, Naomí…aprendemos que Rut tomó dos decisiones: de cuidar a su anciana suegra y de tomar a su Dios como el de ella.
Dios necesita evangelizadores que lleven la Buena Nueva a todos, en especial a los que sufren el dolor de ser humillados cuando son regresados por no tener los documentos, o el dolor de ser abandonados por su pareja por otra esposa y otros niños o el dolor de parientes que no pueden regresar a verlos ni a enterrarlos cuando mueren.
E.C. ¿A dónde?
S.J.V. A México y en especial a Huanusco, Zacatecas.
E.C. ¿Se va a lograr el plan? Pido que el Espíritu Santo nos ilumine para conocer el siguiente paso. No sabemos si se va a lograr, pero estamos listas para sacrificar lo necesario y para cumplir con la voluntad de Dios.
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